No hemos salido tan mal… ¿o sí?
Hay una frase recurrente que dicen personas que juzgan la forma de crianza de otras: “Conmigo no lo hicieron así y no he salido tan mal”. Esa frase sirve para cuestionar la lactancia prolongada (o la lactancia en sí misma), el colecho, el porteo, etc. Con ella también se justifican los gritos y los azotes a tiempo, entre otros.
Esa frase es una falacia. No se ajusta a la realidad. Desde aquí no vamos a decir que esas personas hayan ‘salido mal’. Nuestra pretensión no es juzgarlas ni juzgar la crianza que recibieron. El objetivo de este post es reflexionar sobre esa creencia. Y vamos a empezar por darle la vuelta a ese planteamiento: seguramente no has ‘salido tan mal’, pero ¿has alcanzado tu máximo potencial? Ahí está la clave, en cómo planteamos el asunto. Esta idea la recogemos de Elena López, De Monitos y Risas.
Hoy nos vamos a centrar en la lactancia y el contacto, dos elementos centrales de lo que se viene a llamar crianza con apego o crianza natural. Pero en realidad, son dos elementos clave que han hecho que el ser humano llegue hasta a aquí. La ciencia ha demostrado que la lactancia favorece el desarrollo neurológico, así como el contacto piel con piel ininterrumpido tras el nacimiento.
La lactancia materna cumple un factor fundamental en la mielenización de las conexiones neuronales. Cuando nacemos, nuestros nervios nacen sin mielina, una sustancia que los protege y hace que la transmisión de impulsos nerviosos sea eficaz. Poco a poco vamos generando mielina para recubrir los nervios y la mayor fuente la encontramos en la leche materna. ¿Quiere decir esto que si no tomamos leche materna nuestro sistema neurológico no tendrá mielina? No. La generaremos, pero no será de la misma calidad.
El contacto piel con piel entre una madre y su recién nacido es fundamental en las primeras horas de vida. El cuerpo del bebé está preparado biológicamente para ser arrullado por su madre. Los estudios del neurocientífico Nils Bergman demuestran que los bebés que no han sido separados de sus madres tienen las constantes vitales estables y, sobre todo, unos niveles de cortisol y oxitocina equilibrados. Tener altos niveles de oxitocina al nacer prepara al cerebro del recién nacido para afrontar el mundo desde la seguridad y no desde el miedo.
El bebé seguirá necesitando contacto, ya no tan continuado, los primeros meses y años de vida. Podemos ofrecérselo mediante el porteo, el masaje o el colecho. Esto hará que su sistema endocrino esté equilibrado. Mientras siga sintiéndose seguro, su organismo estará receptivo a estímulos que podrá procesar con eficacia. Si el miedo se instala, ciertos mecanismos se bloquean, por lo que perdemos oportunidades de aprendizaje y podemos llegar a generar mecanismos emocionales poco saludables para afrontar el día a día.
A las personas que dicen “no hemos salido tan mal” les preguntaríamos qué mecanismos tienen para afrontar las situaciones de estrés. ¿Alguna vez se ven desbordados? ¿Han sufrido ansiedad o depresión? ¿Han necesitado terapia, medicación o herramientas de crecimiento personal? Les invitamos a que busquen las respuestas a estas preguntas en su primera infancia.
Dicho esto, ¿puede nuestro organismo conseguir nuestro máximo potencial sin la lactancia y el contacto? Por supuesto, durante el transcurso de nuestra vida, podemos compensar ciertas carencias y trabajar algunos aspectos que nos acerquen a ese máximo, pero en los primeros meses de vida se ponen los cimientos de nuestro equilibro neuroendocrino y es algo que no debemos perder de vista.